Economía doméstica:
El sistema de gestión invisible pero que nos trajo hasta acá.
Antes de Excel, antes de hablar de "finanzas personales", antes de que sepas cuáles son los gastos fijos de tu vida actual… ya había un sistema económico funcionando en tu casa.
En esta entrada pongo en la mesa la cuestión de la economía doméstica como base de todo: lo que sostiene, organiza, prioriza y nos permite avanzar. Y también propongo una mirada crítica y flexible sobre cómo construimos nuestro propio sistema cuando dejamos el nido.
¿Te acordás de quién se encargaba de que siempre hubiera jabón en el baño cuando vivías con tu familia? ¿O de anotar los gastos de las compras en un cuadernito que nadie más miraba? Eso, aunque no lo llamáramos así, era un sistema de gestión económica.
Hace más de 10 años que me interesa mucho el concepto de “economía doméstica”. Hay tanto para hablar y rescatar de esa materia. Debería serlo, realmente. Porque esta rama de la economía es la base de cómo aprendemos a administrar el dinero. O, al menos, es nuestra primera aproximación a cómo manejar la plata, gastarla, hablar del tema, distribuir roles dentro de una convivencia. Lo que se dice, lo que se omite y se decora con versiones improvisadas, anotaciones, cuadernos, papelitos, agendas.
Me acuerdo que cuando tenía 7 u 8 años había que guardar los tickets de las compras para pedir la devolución de algo. Había todo un ritual: un jarrón de cerámica con tapa en el centro de la mesa, rebalsado de tickets largos (del super, en su mayoría) que había que dejar ahí para “algo importante”. Y también me acuerdo de cuando las monedas valían algo. Por ejemplo: una de 50 centavos alcanzaba para comprar unos 10 Flynn Paff. Yo comí muchos, pero muchos de esos caramelos. Era un ritual salir de la escuela, comprar 20 por un peso y subir al micro escolar con ese shock de azúcar y colorante como merienda.
Resulta que hay personas que toman estas golosinas como referencia para medir la pérdida del poder adquisitivo. De ahí nació el Índice Flynn Paff: un indicador que mide –en cualquier país del mundo– cuántos podés comprar hoy con un peso (o su equivalente en otra moneda). Hoy, redondeando, con suerte podés comprar uno solo.
La economía doméstica está cruzada por temas que deberían estar en cualquier plan de estudios. Roles, género, consumo para pertenecer, hábitos alimenticios, rutinas familiares, inflación. Todo eso y más.
Voy a hacer una síntesis generalista, pero se entiende el punto. En las formas más tradicionales de organización familiar, el hombre proveedor salía a trabajar en el ámbito público (me refiero al que empieza en la vereda, no al estatal), donde generaba dinero, sí, pero también gastaba para poder generarlo: ropa adecuada, movilidad, comidas, cafecitos, diarios, salidas laborales, formación, viajes. Cuando la mujer se incorporó al trabajo remunerado, muchas de las tareas de cuidado que solía hacer ella “automáticamente” quedaron a resolver. Como cuando te mudás sola y de repente te preguntás quién va a llenar la alacena si no vas vos. Bueno, alguien lo hacía hace 20 años, ¿no?
Entonces, o esas tareas se acumulaban hasta explotar los sábados a la mañana, o se resolvían contratando a alguien. Y ahí se consolida la idea (¡por fin!) de que limpiar, cocinar, ordenar, cuidar, hacer compras… es trabajo. Y hay que pagarlo.
Pero no todo son familias nucleares. Pensemos también en personas que viven solas, en pares de amigas que comparten departamento, parejas, familiares que se mudan a un monoambiente cerca de la facultad. Cualquier forma de convivencia bajo un mismo techo implica organizarse para mantenerse vivos, nutridos, saludables, vestidos, entretenidos, educados, contenidos emocionalmente. Todo eso requiere una economía del hogar.
Tan vital es esta rama de la economía, que es la que nos lleva –con suerte– a la próxima etapa. Y a la que sigue. Y a la siguiente, mientras tengamos autonomía física y cognitiva. Cuando pienso en esto, me voy al extremo: ¿qué pasaría si no pudiera tomar más decisiones por mí misma? Hay figuras legales, como los tutores, que toman decisiones completas sobre cómo vive una persona: qué come, cómo se viste, cuánto puede gastar, a dónde puede ir. (Caso Britney) ¿Podrías armarle a un tutor tuyo una lista de instrucciones para que gestione tu economía? ¿Qué criterios le pedirías que tenga? ¿Cómo tendría que decidir entre dos gastos, dos prioridades?
Estamos inmersos en una trama económica constante. Aunque a veces queramos desconectarnos del sistema, lo mínimo es consumir algo. Desde antes de nacer ya están consumiendo por nosotros productos (ropa, cuna, pañales) y servicios (salud, cuidados). Entonces, ¿no será hora de asumir que tenemos un sistema económico personal? ¿Cuántos años pasaron desde que dejaste el sistema económico de tu familia de origen? Estás habilitada a tener uno propio. A revisarlo, actualizarlo, porque todo cambia: la economía, tus gustos, tus ingresos. Antes quizás eras del team fernet con coca; ahora, del club del gin tonic. Bueno, los costos son otros.
Y así con todo lo que mencioné antes: mantenerse vivos, nutridos, saludables, vestidos, entretenidos, educados, contenidos emocionalmente.
La economía doméstica es la que nos sostiene y trata, al menos, de encontrar un punto de equilibrio entre lo que queremos, lo que generamos, lo que podemos ahorrar y lo que finalmente gastamos.
Tengo la hipótesis de que no importa cuántos años tengas, cuánto ganes o cuántos gustos caros se te hayan colado en tu vida de clase media: esa coherencia se construye. Y aunque es un trabajo en sí mismo, encontrar ese equilibrio puede ser la mejor versión del sistema de gestión que nos inventamos para vivir.