La Incomodidad de la Clase Media

Durante años, la clase media fue sinónimo de estabilidad, progreso, educación, consumo cultural y cierto margen de planificación a futuro. Era la clase que tal vez no planificaba mucho, o se daba un presupuesto medio flojo de papeles, pero con vacaciones, con club, con cine y teatro, con cena afuera de vez en cuando. Hoy, esa idea parece más una postal del pasado que una descripción del presente.

Por eso decidí sentarme a revisar los números de este fenómeno: el descenso incómodo de la clase media argentina.

La Incomodidad de la Clase Media:


Los ingresos ya no sostienen el estilo de vida que recordamos.

Como ese mandato de salir de la zona de confort, cuando en realidad hace años que no sabemos lo que es el confort, ¿no?

Desde hace un tiempo vengo con una inquietud: ¿qué tan reales son los números que se publican sobre el costo de vida en Argentina? Me refiero especialmente a los informes que mes a mes sacan organismos oficiales, como el INDEC, o centros de estudios privados. Porque una cosa son los indicadores, y otra, diametralmente opuesta, es lo que se ve en el flujo de fondos de cada casa, y sobre todo al sentarse a hacer las cuentas del mes.

Por eso, quise hacer el ejercicio de cruzar teoría con práctica: mirar los números oficiales y compararlos con una estimación realista de los gastos de una familia tipo. No con la intención de refutar los datos, sino de sumar una capa más de análisis. Porque muchas veces lo que falta no es información, sino contexto.

¿Qué dicen los datos?

El INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censos), si bien no publica una definición formal de clase media, sus datos sobre la Canasta Básica Total (CBT) son utilizados como referencia. En febrero de 2025, en la Ciudad de Buenos Aires, se consideraba dentro de la clase media a hogares con ingresos entre $1.713.065,96 y $5.481.811,07 para una familia tipo (dos adultos y dos niños).

En relación con esta definición, para que una familia tipo de cuatro integrantes en la Ciudad de Buenos Aires sea de clase media alta, necesita ganar, como mínimo, un sueldo de $ 4.670.096.

Ahora bien: la CBT incluye alimentos y también otros bienes y servicios esenciales como transporte, salud, educación, vestimenta y algo de esparcimiento. Pero no incluye el alquiler, ni cuotas escolares privadas, ni una prepaga. Tampoco contempla emergencias, arreglos del hogar, gastos imprevistos ni mejoras en la calidad de vida. O sea, habla de una subsistencia básica.

¿Y qué pasa en la vida real?

Acá va un ejercicio práctico, que armé en base a casos que asesoro y experiencias cercanas. Es un presupuesto estimado para una familia de cuatro personas, de clase media donde ambos trabajan:

Gastos mensuales estimados (mayo 2025)

Alquiler, expensas y servicios: $1.400.000 (siendo benevolente)

Prepaga, actividades por fuera, (supongo educación pública), tarjeta de crédito, un tanque de nafta, monotributo: $700.000 y de tarjeta de crédito $1.000.000 (acá puede haber de todo, desde una cubierta, 12 cuotas de unas zapatillas, un regalo, etc).

Comidas de 30 días (4 comidas, 4 personas): voy a usar lo que me queda y lo voy a dividir=

4.670.096

- 1.400.000

- 1.700.000

= 1.570.096

Esto me quedó de los ingresos después de restar entonces los gastos anteriores.

A esto lo divido por 30 días= da que esta familia tiene $52.336,53 para comer todos los días. Si lo dividido por 4 comidas por 4 integrantes me da que cada uno tiene que comer por $3271,03.

Fin, nos quedamos sin plata.

En el mes si pasa algo por fuera de lo presupuestado, debería entrar en el millón de pesos disponible en la tarjeta de crédito (como un colchón por las dudas).

Con este esquema tenemos cubierto: vivienda, salud, alimentos, transporte, una actividad recreativa, y alguna compra de vestimenta en cuotas cada tanto. Es decir, sería un esquema de mínima, donde cubro  necesidades básicas para que esa persona viva medianamente en paz (medianamente porque son trabajadores independientes, la fluctuación de ingresos y de los precios hace tambalear la estructura).

La clase media no se mide sólo por ingresos

Sociológicamente, la clase media no se define sólo por cuánto ganás. También importa el capital cultural, el tipo de consumo, las aspiraciones, las redes, la educación. Pero cuando tus hábitos de vida ya no coinciden con tus ingresos, se produce una fractura identitaria.

Ya no vas al cine o al teatro. Cancelaste la suscripción al diario. Las cuotas de colegio, actividades recreativas, formación empiezan a revisarse. Pensás dos veces antes de salir a tomar algo. Comprás menos libros o directamente dejaste de hacerlo. Postergás terapia o el dentista. Vas a cumpleaños con un regalo simbólico. 

Nos quedamos en una especie de limbo. Desde los números macroeconómicos, no estamos mal: tenemos trabajo, casa, cierta movilidad. Pero en términos de calidad de vida, hay una caída constante.

Y lo más difícil de poner en números es el costo emocional de este proceso: la postergación, el consumo reprimido, el desgaste de trabajar más horas para sostener lo mismo, la imposibilidad de planificar y desear cosas. Lo que se va perdiendo no es solo poder adquisitivo: es margen de elección. Es el tiempo libre, la salud mental, el acceso a lo simbólico. 

El abismo entre lo “mínimo” y lo “vivible”

La canasta básica tiene un sesgo: no refleja los consumos reales de una familia urbana promedio, sino un estándar mínimo de subsistencia. Eso está bien desde un punto de vista técnico, pero se queda corto como diagnóstico social.

Tampoco incluye el endeudamiento, que hoy forma parte de la estrategia cotidiana de las familias: tarjetas de crédito, cuotas, gastos corrientes como el super a pagar el mes siguiente.  

¿Entonces, para qué sirven estos números?

Sirven como indicadores macro, para medir tendencias, comparar con otros países o seguir la evolución interanual. Pero si queremos pensar estrategias familiares o incluso dar consejos financieros realistas, hay que mirar más allá. (estuve tentada de poner “diseñar políticas públicas” pero no sería el momento)

Mi propuesta, como siempre, es sumar cabeza crítica: cruzar los datos con la experiencia concreta, la propia y la de quienes nos rodean. Porque las estadísticas también se transforman en relato, y si ese relato no se parece a la vida cotidiana, estamos perdiendo una parte esencial del análisis.

¿Te pasa lo mismo?

¿Cuánto necesita tu hogar/familia para llegar a fin de mes sin tarjetear?

¿Qué fue lo último que tuviste que postergar?

 Te leo en los comentarios.

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